El epeo que se presenta a continuación fue narrado por Manwel Longkomil en 1979, quien recuerda haberlo escuchado de niño en su reducción natal. En la narrativa oral tradicional mapuche, son muy frecuentes los relatos de origen hispánico, en diversos grados de integración al patrimonio autóctono, aunque por lo general, su filiación extranjera es bastante evidente, tanto por el tema mismo (por ejemplo, un entierro de plata), como por la referencia puntual a objetos culturales europeos (por ejemplo, ason "azadón", pikota "picota", makina trillalelu "máquina trilladora").
Al parecer, las diferencias más importantes se vinculan más bien con la organización textual: en los cuentos de origen hispánico, la trama narrativa es más compleja que en los relatos de origen vernáculo. El desarrollo lineal de los acontecimientos es más neto y ordenado, expresado mayormente en enunciados narrativos, con uso más moderado del monólogo y del diálogo, que como se ha visto, son preponderantes en los epeo autóctonos.
De la pregunta final, se desprende que el narrador tiene sus dudas sobre la situación categorial de su discurso: puede ser ngütram, o relato definido como histórico, o puede ser epeo, o relato de ficción. Éste es un claro caso de traslado parcial entre dos categorías de narrativa, cuya diferencia no está ni en la estructura formal del relato, ni en la índole objetiva de los contenidos, sino en la actitud personal, subjetiva, frente a los eventos narrados.
Es impresionante la manera en que este relato manifiesta los estándares de vida, las expectativas y los valores de una cultura de pequeños agricultores de régimen independiente, insertos en el sistema económico europeo-occidental. El tesoro de joyería fina de plata se transforma en dinero, que se invierte en el equipamiento típico de un pequeño agricultor —mapuche o hispano— de La Frontera: una carreta, un arado y dos o tres yuntas de bueyes. Incidentalmente, nótese que la posesión de esta modesta aportación transforma al protagonista en un hombre muy rico, lo que de alguna manera refleja la posición de los mapuches dentro del segmento más pobre del campesino chileno.
La máquina trilladora es una pista clave. En primer lugar, por su costo, está más allá de las expectativas más optimistas de un agricultor mapuche —la única manera de llegar a poseer una es por medio de un golpe de suerte—, de modo que su tenencia entra en el rango del ideal socio-económico. En este sentido, la trilladora es un símbolo de la posición social más prestigiosa en la sociedad mapuche actual: el de hombre rico. Por otra parte, una trilladora es funcional solamente en el contexto del trabajo agrario orientado hacia el mercado —es completamente superflua para la producción destinada al consumo interno de la familia. Para el joven del epeo, la trilladora es un medio para incrementar su eficacia como productor en el mercado triguero. Hay más: los agricultores mapuches arriendan las trilladoras a pequeños empresarios especializados en maquinaria agrícola, y pagan el arriendo en trigo ("a maquila") en condiciones que ellos estiman desventajosas —y que tal vez lo sean. Debido al tamaño reducido de los predios mapuches, una trilladora excede con mucho las necesidades de un solo parcelero: en la visión del epeo está implícito que el joven no sólo va a ocupar su trilladora en su propia parcela, sino que la pondrá en arriendo lucrativo a otros parceleros, multiplicando varias veces la cantidad de trigo que pondrá cada temporada en el mercado. Queda muy claro que la meta del trabajo agrario es la comercialización de la producción, no el consumo interno. El epeo refleja una buena integración —por lo menos en el nivel de las aspiraciones y expectativas— en el sistema económico europeo-occidental moderno.
A lo largo de los cien y más años transcurridos desde la radicalización en reducciones y comunidades, los mapuches han tenido que reformular su antiguo sistema económico, en consonancia con las exigencias del nuevo ambiente social.
Tradicionalmente, la economía mapuche era de subsistencia: se producía para consumir y se consumía lo que se producía. El trabajo aplicado a la tierra o a las materias primas, satisfacía la mayor parte de las necesidades de alimentación, vestuario, utensilios, armamento, adornos, etc., del grupo productor básico, el lof, o conjunto de familias patrilinealmente emparentadas. Necesidades no satisfechas por la producción interna de una familia o de un lof podían ser resueltas por medio del trueque. La necesidad de fuerza adicional de trabajo, se resolvía por sistemas de ayuda mutua o de trabajo comunitario. En estas condiciones de vida, no existía el dinero, aunque en época tardía —a principios del siglo XIX—, se utilizaban las monedas de plata españolas y chilenas como objeto ventajosamente trocable. En principio, las monedas no se acumulaban, sino más bien se las fundía para obtener útiles de uso personal que conferían prestigio, tales como joyas o aperos para el caballo, aunque es concebible que se produjera en la práctica, algún grado de acumulación que permitiría a individuos aislados —los llamados ülmen "hombres ricos"— entrar muy ventajosamente en operaciones de trueque.
Con la incorporación a la sociedad moderna, surgieron necesidades completamente nuevas, cuya satisfacción requiere la posesión de dinero, inexistente en el sistema tradicional de vida. Hasta ahora, el ajuste a la nueva situación es mínimo: cada familia sigue orientando su trabajo hacia la obtención de una producción pequeña y diversificada, que supla directamente el espectro más amplio y posible de necesidades, y parte de la cual pueda ser puesta en venta —ocasionalmente y según necesidad— en las calles de las ciudades. Las pequeñas cantidades de dinero así obtenidas se destinan, en su totalidad, a la compra de artículos que no se pueden producir internamente. En la práctica, el dinero se ha incorporado a la vida mapuche como un instrumento intermedio en el trueque: hay que vender un pollo o tres docenas de huevos para reunir el dinero necesario para comprar un tarro de café en polvo. Esta concepción del dinero ha sido descrita como "equivalente universal" (véase por ejemplo, Stuchlik, 1974:100).
Queda claro que esta mínima adaptación produce cantidades muy modestas de dinero, de modo que muchas necesidades quedan insatisfechas, lo que en último análisis, conforma una situación de extrema pobreza, tan generalizada, que para los propios mapuches ha llegado a ser uno de los atributos definitorios de su identidad socio-cultural (véase Stuchlik, 1970:106-110).
Como los mapuches son campesinos y tienen tierras, teóricamente al menos, podrían obtener dinero mediante una producción agrícola o ganadera especializada, significativa en cantidad y calidad, susceptible de ser comercializada con éxito en el mercado. El epeo sugiere que hay conciencia de esta posibilidad, pero también sugiere que hay conciencia de que se necesitan capitales para que esta posibilidad sea operante. Esta simplificación —con toda su ingenuidad— muestra que en el nivel conceptual, la adaptación al sistema económico occidental es mucho más completa que la que se da en la práctica.
En el epeo, la suerte (püllii) le da un capital al protagonista, pero fuera del mundo ficticio de la literatura, en el mundo real, las expectativas de llegar a ser un empresario agrícola o ganadero de éxito, tienen muy pocas posibilidades de realizarse. Naturalmente, el insalvable abismo entre las esperanzas y las realizaciones, es origen de insatisfacción y amargura. Quizás haya que considerar esta situación como una de las causas del resentimiento mapuche hacia la sociedad hispánica, del "odio latente y siniestro hacia sus conquistadores" del que habla uno de los observadores más sensibles y ecuánimes: el padre Félix de Augusta (1903 :IX), manifestado terminológicamente en la denominación de grupo que dan los mapuches a los hispano-chilenos: wingka "ladrón, usurpador, bandido".
— Adalberto Salas. El Mapuche o Araucano. Fonología, gramática y antología de cuentos. (1992: 317, 321-324)