La regla de conducta enunciada en la coda didáctica de este epeo, no se cumple en la siguiente variante, narrada a Hugo Carrasco por un hombre adulto no identificado, probablemente del llano central de Cautín, IX Región.
Estos cuentos permiten vislumbrar la concepción mapuche del equilibrio entre la agresión y la tolerancia, entre la lucha y la pasiva resignación. Aparentemente, la agresión física sólo está justificada como respuesta a una agresión de hecho; no basta la sola amenaza o la mera posibilidad de ser atacado; pero una vez que el ataque se ha producido, y sólo si se ha producido, nada puede interponerse y evitar la venganza o represalia. Así, cuando la bruja inicia el lento proceso del asesinato de su hijo, suspende con ello la acción del amor filial y entra en vigencia la ley de la venganza de sangre: el hijo la mata en estricta justicia. Cuando el joven ataca gratuitamente a la muchacha bruja, es ésta la que lleva a cabo la justa represalia y lo mata. Por el contrario, no se debe agredir al Chongchong en vuelo, ni al kalko indefenso, tendido de espaldas, sin cabeza. Son un peligro potencial frente al cual es preferible tener un comportamiento prudente. Atacar al Chongchong o al cuerpo yacente del kalko, y fracasar, desencadena la venganza de sangre por parte del kalko, el cual dará cruel muerte a su agresor. Atacarlo exitosamente significa quedar expuesto a las represalias de los otros kalko, que iniciarán la venganza en los legítimos términos de la solidaridad de grupo. Al escuchar el canto del Chongchong, o al encontrar el cuerpo decapitado del kalko, el comportamiento más prudente es abstenerse de toda acción agresiva y esperar —entre pasiva y temerosamente— que el mal y la desgracia pasen de largo. El protagonista del tercer epeo es un wingka, alguien que está fuera de las reglas conductuales mapuches: para él el Chongchong es sólo un pájaro que perturbó su descanso y que, por ese hecho sólo, debía ser eliminado. Los epeo dejan muy claro que cuando la cabeza del kalko sale a volar por las noches transformada en Chongchong, el cuerpo decapitado debe quedar de espaldas en su cama. Si en esas circunstancias alguien entra a la ruka y cambia la posición del cuerpo, poniéndolo de costado o de bruces, la cabeza, al regresar, no puede volver a juntarse con el cuerpo y el kalko muere. Si alguien ataca exitosamente a la cabeza voladora, el cuerpo se voltea en la cama y toma la posición mortal, de bruces o de costado. Aún separados, la cabeza y el cuerpo conservan su unidad vital. De ahí que la perdigonada del wingka destruyó el orden natural de las cosas, rompió el delicado equilibrio entre el mundo natural y el mundo sobre natural. Destruyó al Chongchong, pero también mató a su mejor amigo. Su comportamiento desatinado e imprudente sólo trajo la desgracia y la muerte. El mapuche se acomoda y adapta al mundo natural y sobre natural, aunque éstos puedan ser incómodos u hostiles; en cambio, el wingka es agresivo, ataca y destruye todo lo que le molesta, incomoda o amenaza. Para los mapuches, los kalko son un dato más de la experiencia de la vida, inquietantes y peligrosos, y es necesario acomodarse pacíficamente a ellos. Sin embargo, este código ético, que prescribe en principio la prudencia frente a la agresión real, dispone que se actúe desde el principio con la máxima energía y decisión. El código ético prescribe, en última instancia, que siempre se pague con la misma moneda. Así, a la solidaridad y a la compasión, se responde con gratitud. Al ataque, se responde atacando. En este punto, los cuentos son cristalinos: incluso el ser terrenal más malvado, la mujer kalko, es sensible al comportamiento compasivo. El compañerismo y la amistad están por encima de la maldad natural del kalko. Al contrario, el agredido tiene siempre el derecho natural de la venganza. El que olvidando la solidaridad y la benevolencia inicia una acción agresiva, deja en libertad al agredido para que ejerza el derecho a la venganza, por encima de toda obligación ética, incluyendo el amor filial.
— Adalberto Salas. El Mapuche o Araucano. Fonología, gramática y antología de cuentos. (1992: 280, 282-283)