Un conflicto de papeles masculinos
El siguiente epeo es un clásico de la literatura oral mapuche: ésta es una versión del cuento del viejo Latrapay narrada en 1980 por Külara Millawel, de unos 60 años, de Lumako, Traygen, IX Región. Es la cuarta versión mapuche publicada. Las anteriores son la de Lenz, 1895-1897, VII: 225-234, la de Augusta, 1910: 104-118 y la de Golbert, 1975, recogida entre los pehuenches argentinos.
La palabra kuñifall que describe la situación de los dos jóvenes, traducida en el texto como "huérfano, desvalido, desamparado", significa algo así como "desprovisto de familia individual o inmediata". En el cuento, los jóvenes quedan en la situación de kuñifall cuando mueren sus padres. Para salir de esta situación, deben casarse y fundar sus propias familias individuales. Siguiendo la pauta mapuche de alianza preferencial con la prima cruzada materna (hija del hermano de la madre), ellos emprenden el viaje hacia el lof originario de su madre, a buscar a su weku "tío materno". Es tan obviamente una visita matrimonial, que éste se da cuenta inmediatamente de la situación, y se niega a aceptarlos en la relación que ellos buscan: sobrino por la hermana/yerno.
Esta versión del viejo Latrapay es una versión suavizada. La intención de negarse a entregar sus hijas se manifiesta en la imposición de tareas imposibles: tomar un toro cimarrón sin lazos, cortar un árbol gigantesco sin hachas. Los jóvenes pueden superar estas pruebas gracias a la intervención divina: el dios mapuche protege a los kuñifall, ayuda a los desamparados, a los que quieren fundar una familia y perpetuar la vida. Incidentalmente, el dios mapuche es hombre y es mujer, padre y madre y, por lo tanto, puede ser invocado como chao, vocativo respetuoso para cualquier hombre mayor que ego (literalmente "padre"), o kuse papay, vocativo respetuoso para cualquier mujer mayor que ego. Muchas veces se lo invoca como Chao ngünechen "Padre dios" o Ñuke ngünechen "Madre diosa", lo que es consistente con las dos concepciones sucesivas del parentesco: la matrilinealidad antigua y la patrilinealidad moderna. Por su composición Ngünechen, significa literalmente algo así como "el/la que rige/gobierna a la gente/a la humanidad", compuesto del tema durativo ngüne "estar rigiendo, estar gobernando, estar teniendo bajo control", y el sustantivo che "gente, humanidad", como complemento directo incorporado al tema. La misma composición interna tiene la denominación alternativa Ngünemapun "el/la que rige/gobierna la tierra". Nótese que al menos en el significado literal, la palabra mapuche no tiene el rasgo de "creador". Si se quiere insistir en este último rasgo, hay que recurrir a otra denominación: Elchen "el/la que dejó (puesta) a la gente". La estructura de estas denominaciones sugiere que en mapuche el concepto de "dios" es superficial desde el punto de vista cognitivo: no corresponde a una distinción básica, expresada por medios léxicos, o sea, mediante palabras primitivas de la lengua.
Volviendo al epeo, una vez superadas las pruebas, el tío se doblega ante la manifiesta voluntad divina y entrega sus hijas a sus sobrinos y la historia concluye con un final feliz.
Las versiones clásicas son mucho más duras. En ellas, el tío se rebela ante la voluntad divina y prefiere matar a sus hijas antes que entregarlas. Así ocurre en las versiones citadas (Lenz, 1895-1897, VIL225-234, Augusta, 1910:104-118 y Golbert, 1975) y en la siguiente versión moderna, narrada por un hombre adulto mayor, no identificado, posiblemente pehuenche de Cautín, IX Región, la cual en la parte pertinente dice así:
En las versiones duras, ya no es cuestión de simple reticencia, sino de firme oposición. Sería simplista interpretar la acción del viejo Latrapay como un mero capricho. El ha puesto condiciones imposibles para entregar a sus hijas, lo que sugiere que su intención no era la de hacerse pagar en trabajo el precio de la novia, ni la de evaluar el temple y las cualidades personales de sus sobrinos, sino la de tener un pretexto para negarse a ceder sus hijas en matrimonio. Una vez superados —gracias a la intervención divina— los verdaderos trabajos de Hércules que ha impuesto, no cumple su palabra, no permite el matrimonio de sus hijas, y como ya no tiene cómo seguir reteniéndolas, las mata. Es como si hubiera decidido "primero muertas antes que de otros hombres". La situación cobra algún sentido si se parte de la hipótesis interpretativa de que el viejo Latrapay había decidido —desde antes de la llegada de sus sobrinos— conservar sus hijas para sí, como sus mujeres. Cuando los muchachos se le presentan como los hijos de su hermana, el viejo Latrapay sabe inmediatamente que han venido por sus hijas, ya que según la pauta matrimonial mapuche, los hijos de su hermana son sus virtuales yernos, y los considera sus rivales. Inicialmente, les niega el derecho a sus hijas, alegando que mienten, que no son los hijos de su hermana, y después les impone condiciones objetivamente imposibles.
La decisión del viejo Latrapay de tomar por mujeres a sus hijas y últimamente de matarlas antes que entregarlas a sus sobrinos, contrarió el plan divino y desencadenó un castigo cósmico: una noche de diez años cayó sobre la tierra maldecida. Los dos hermanos, furiosos y doloridos, ruegan a la divinidad:
En una sociedad matrilineal y uxorilocalizada, es teóricamente posible —aunque en la práctica no sea frecuente— el matrimonio de un hombre con las hijas de su mujer. El hecho de que estas mujeres puedan ser o de hecho sean engendradas por él, es ignorado en este contexto social. En la práctica, como las mujeres transmiten el tótem, una madre y sus hijos son del mismo tótem, diferente al de su marido. Como lo que la ley de la exogamia impide es el matrimonio entre hombre y mujer del mismo tótem, la unión entre un padre y las hijas de su mujer no está, en principio, excluida o tabuizada. Técnicamente no cae dentro de la prohibición del incesto. Incluso es de norma que en una sociedad matrilineal y uxorilocalizada, un hombre que desee tomar una segunda esposa, necesariamente ha de elegirla dentro del grupo, es decir, entre mujeres que son del mismo tótem que su primera esposa. Traer una mujer de fuera —de otro tótem— es imposible en este estado organizacional, en el cual son los hombres los que van a residir en el grupo de su mujer, no a la inversa. Si el hombre enviuda, tiene dos alternativas: o se casa con una mujer del tótem de su esposa difunta y se queda en el grupo, o se casa con una mujer de otro tótem, residente en otro grupo y se va a vivir allá con ella, de acuerdo a la ley de uxorilocalización. En estas condiciones, para un hombre, todas las mujeres solteras del grupo de su esposa son accesibles para un segundo matrimonio —simultáneo o sucesivo. Es posible que por razones prácticas, la primera opción sean las hermanas de su mujer (de ahí, la poliginia sororal tan frecuente entre los mapuches hasta una época relativamente reciente) y no las hijas de su mujer, entre otras cosas, por la diferencia de grupo generacional).
Así las cosas, la decisión del viejo Latrapay de retener para sí a sus hijas no es monstruosa. Sin embargo, la acción divina apoya a los sobrinos y castiga al viejo Latrapay. En el espacio del cuento, la sociedad mapuche es virilocalizada: la hermana del viejo Latrapay se casó, se fue a residir al grupo de su marido, allí tuvo dos hijos y allí murió. Por supuesto, es concebible una sociedad virilocalizada y matrilineal. Hay buenos indicios de que a la llegada de los españoles, la sociedad mapuche se encontraba en este estado transicional: los hombres constituían el grupo residencial, pero las mujeres daban el parentesco y el tótem. Pero el texto no sólo implica virilocalización, sino también una incipiente patrilinealidad: a la muerte de sus padres, los dos jóvenes deben buscar mujer y fundar sus propias familias individuales, pero no lo hacen dentro del grupo de su padre. Debe de haber estado funcionando ya el tabú del incesto entre patriparientes. Es la mejor explicación de por qué los muchachos emprenden el largo viaje hasta llegar al lugar de residencia del hermano de su madre para casarse con las hijas de éste, en vez de la solución cómoda de buscar pareja en el grupo de su padre, cautelando únicamente que no fuesen matriparientes suyas. Aparentemente, todas las mujeres del grupo de su padre les estaban vedadas por el tabú del incesto. Hay que tener presente que el matrimonio con la hija del hermano de la madre no viola el tabú del incesto, ni en la patrilinealidad, ni en la matrilinealidad: en cualquiera de las dos situaciones, para un hombre su prima cruzada materna es de otro tótem y por lo tanto accesible para el matrimonio. Esto significa que los jóvenes estaban siguiendo una pauta tradicional bien asentada, compatible con ambos sistemas de filiación.
Si en el tiempo del epeo ya hay patrilinealidad, como lo sugiere el comportamiento de los jóvenes, el viejo Latrapay está desfasado, ya que pretende atenerse a una pauta conductual posible sólo en la matrinealidad. Así, el motivo del cuento puede ser el conflicto generacional: la generación joven, representada por los muchachos, que actúa según la pauta emergente de la patrilinealidad, y la generación mayor, representada por el viejo Latrapay, que se atiene tozudamente a la pauta de la matrilinealidad, ya en receso.
La acción divina apoya, desde el principio hasta el final, a los jóvenes porque éstos actúan de buena fe: pretenden como pareja a las mujeres apropiadas (sus primas cruzadas maternas), se las solicitan a su tío materno, asumiendo que él ejerce la patria potestad y puede entregarlas en matrimonio, aceptan su desconfianza, dan explicaciones y se someten de buen grado a las pruebas imposibles que él les impone. En cambio, en el viejo Latrapay hay mala fe: frente a sus sobrinos, actúa como pater familias que va a dar en matrimonio a sus hijas si se cumplen sus condiciones, pero frente a sus hijas no actúa como pater fa milias, sino como marido potencial frustrado. En otras palabras, asume dos papeles incompatibles: un hombre no puede tomar para sí mujeres sobre las que ejerce la autoridad familiar, sino que debe entregarlas a otros hombres. A la inversa, un hombre debe pedir mujer a otro hombre, que la tomará para dársela de entre aquellas que caen bajo su patria potestad y que por lo tanto, no puede retener para sí. El viejo Latrapay violó la ley fundamental del pater familias y su acción desencadenó un castigo cósmico, comparable al diluvio universal o a la lluvia de fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra.
La versión suavizada, con su final feliz, en el cual el viejo Latrapay entrega sus hijas a sus sobrinos, es una acomodación moderna al estado actual de la sociedad mapuche. El recurso acomodatorio fue el más simple: eliminar los eventos enigmáticos (el asesinato de las hijas y el castigo subsecuente) y reemplazarlos por la solución feliz. El corte deja gratuita la actitud inicial del viejo Latrapay, con lo cual el epeo pierde trascendencia.
— Adalberto Salas. El Mapuche o Araucano. Fonología, gramática y antología de cuentos. (1992: 237, 246-251)